El final del verano siempre invita a reflexionar. En el mundo empresarial —y especialmente en el de la tecnología— septiembre marca un nuevo comienzo: se renuevan presupuestos, se reactivan proyectos y, cada vez más, se toman decisiones críticas en torno a la Inteligencia Artificial (IA).
Hoy vivimos una gran paradoja. Por un lado, la presión por adoptar IA es enorme: la banca necesita reforzar el cumplimiento y la gestión de riesgos; las aseguradoras buscan agilizar la tramitación de siniestros; la industria quiere reducir tiempos de inactividad; el retail aspira a personalizar la experiencia del cliente a gran escala; y el sector sanitario trabaja por ofrecer la mejor atención a pacientes y profesionales. La promesa de la IA está en todas partes.
Pero el gran obstáculo sigue siendo el mismo: la falta de talento cualificado. Según Gartner, para 2030 la mitad de las empresas afrontará una escasez irreversible de perfiles críticos en datos y TI. Esto significa que, aunque invirtamos más en herramientas de IA, no siempre podremos extraer su valor si nuestra gente no está preparada para utilizarlas.
Aquí es donde muchos CIO marcan la diferencia. Los proyectos de IA que realmente funcionan no son los que pretenden reemplazar personas, sino los que las impulsan. En banca, la IA detecta patrones de fraude, pero la decisión final sigue siendo humana. En seguros, la automatización acelera procesos, pero el verdadero impacto llega cuando los profesionales saben interpretar los resultados. En la industria, el mantenimiento predictivo libera a los ingenieros para centrarse en tareas de mayor valor. Y en todos los casos, el éxito ocurre cuando la tecnología se diseña junto a un socio de confianza desde el inicio, integrándose en el día a día y alineándose con quienes la usan.
De hecho, una investigación reciente nos aporta datos que pueden ser sorprendentes para muchos. Estudios como el publicado en arXiv en julio de 2025 arrojan luz sobre el impacto real de la IA en la productividad de los ingenieros de software: mientras que los equipos con más horas de uso y una estrategia clara logran mejoras notables, aquellos que la aplican sin la preparación adecuada pueden incluso llegar a ralentizar sus procesos. Lo más llamativo es que esto ocurre incluso cuando su percepción subjetiva es, erróneamente, la de ser más productivos. Del mismo modo, el informe DORA de Google Cloud de 2024 apunta a que la IA, sin una transformación cultural y de procesos que la acompañe, produce beneficios casi nulos.
El aprendizaje es claro: no hay IA sin cultura de capacitación. Por eso debemos invertir tanto en tecnología como en personas.
La responsabilidad que tenemos por delante no es solo adoptar IA, sino liderar la transformación cultural que la acompaña. Se trata de integrarla en los flujos de trabajo, establecer marcos de confianza y generar un cambio organizativo que permita a nuestros equipos crecer con la tecnología.
La combinación de personas e IA no es solo otra revolución industrial. Es algo que va a ir más allá de la civilización y la humanidad tal como la conocemos. La IA no es el fin del viaje, sino el catalizador. Si conseguimos equilibrar inversión tecnológica con desarrollo humano, no solo cerraremos la brecha de talento; construiremos una sociedad mejor, más sostenible y diversa